El príncipe y la princesa. La mantequilla con la mermelada. El café y el trabajo. Hay cosas que simplemente parecen estar destinadas a convivir. ¿Seremos nosotros, los humanos, una de ellas? ¿Será que tener una relación amorosa —a la manera de cada quien, pero relación al fin de cuentas— es algo vital y esencial en nuestras vidas? Y si es así, ¿por qué entonces son tan complicadas?
Dicen los estudios que nuestro cerebro está programado para conectar, para desear afecto, para buscar a alguien con quien construir, acompañar y crecer. Quizás no nacimos “obligados” a tener pareja, pero sí nacimos diseñados para el vínculo.
Desde pequeños nos enseñaron a buscar una media naranja, pero nadie nos advirtió lo retador que sería, primero encontrarla, y segundo que no se nos pudriera mientras uno trata de sostenerla en la mano. Quizás ahí empezó el error: en tratar de buscar una mitad que, en realidad, solo está dentro de nosotros. Y cuando la encontramos, en querer cambiarla. Esa media naranja me suena más bien a un espejo: el lado que no queremos ver, eso que aún nos falta trabajar, lo que nos activa. Pues una relación puede regalarnos los momentos más románticos… pero también puede confrontarnos, exponernos, desarmarnos. Y cuando esa media naranja empieza a oler a podrido, tal vez no sea por el otro, sino porque algo dentro de nosotros necesita atención. Los espejos nos enseñan a tomar responsabilidad.
Si la primera parte de tener una buena relación es hacernos responsables de nuestra parte, la segunda, cuando la escuché por primera vez, me hizo volar la cabeza en mil pedazos. Alguien dijo: “Si quieres que tu esposo te trate como una reina, ¿por qué lo tratas como un mendigo? ¿Por qué no lo recibes como un rey, lo escuchas como su reina y lo cuidas como su aliada?”
Y aunque esa frase sonó como un golpe al ego, a la mujer independiente y libre que llevo en el alma, tenía razón. Le respondí: “Porque muchas veces el orgullo gana. Queremos el punto. Esperamos que la otra parte cambie primero, que el otro dé el paso, que el otro repare. Olvidamos ser lo que queremos que el otro sea.”
A veces creemos que una relación se da por sentada, como si el amor fuera un contrato a largo plazo que se firma y se mantiene solo. Pero amar —de verdad amar— es una práctica diaria. No se trata de quién tiene la razón, sino de quién tiene la intención. Porque una relación no mejora cuando el otro cambia, sino cuando uno prioriza a la pareja, tratándola como su rey: con más escucha, menos orgullo y un poco más de humildad. Cuando nos responsabilizamos y elegimos amar sin ego, nos sentimos completos, incluso si se van las medias naranjas que no pertenecían.
Hacer rey a otro no te hace menos. Te convierte en reina.


					
					
					
					
2 comentarios
Carolina
Buenísimo! Y siento que aplica para todas las relaciones, ser con otros lo que queremos que sean con nosotros ♥️
Luisa
Me encanto tu Blog de hoy! Que hermoso y sabio mensaje. Muchas gracias Tatiana! 💛