Él decidió salir de la casa sin despedirse; sin su café. Ella eligió ser feliz, en lugar de demostrar que tenía la razón.
Hay decisiones que se toman en un segundo, pero cambian una vida entera. Hay decisiones que tardan años en ser tomadas, porque se teme cómo cambiarán la vida. Hay decisiones desde nuestra verdad. Hay decisiones que ocultan verdades. Hay decisiones que implican renuncias. Y, sin duda, todas las decisiones tienen consecuencias.
Poco importa lo que ellos hayan decidido; lo relevante es el privilegio que tenemos de poder decidir. Un poder que nos convierte en superhéroes, cuya arma secreta es precisamente esa: la capacidad de decidir. Es “secreta” porque es como si no supiéramos de su existencia, o peor aún, porque se la vamos repartiendo por ahí al primero que veamos. Todas nuestras decisiones son… nuestras. Entonces, ¿por qué solemos culpar a los demás por lo que nos sucede?
Si las tres tazas de café te causaron ansiedad, fue tu decisión tomarlas. Si vives en el rencor, es tu decisión no pasar la página. Si vuelves y cometes los mismos errores, es tu decisión no escuchar lo que el universo grita. Por más duro y crudo que se lean estas palabras, la culpa no está en el otro; está en tí, al regalar o no ejercer tu poder.
Ahora bien, es verdad que muchas veces decidimos en automático. Él salió de la casa, sin café, invadido por sus emociones. No somos tan lógicos como nos gustaría, ni tan racionales como nuestros jefes quisieran. Nuestro cerebro funciona con dos sistemas: uno automático y emocional, como cuando decimos cosas por herir, sin pensarlas. Otro lento, reflexivo y racional, como cuando evaluamos nuestras opciones con un cafecito en mano. Ella tomó la opción de ser feliz. ¿Cuál usamos más?... sin duda, el rápido. Ese que reacciona por impulso, por miedo, por costumbre o por lo que “se espera de mí”. Me pregunto: ¿cómo prestar atención a nuestras emociones sin dejarnos llevar por sus impulsos?
Quizás todos tenemos el superpoder de decidir, pero sólo se convierten en superhéroes aquellos que logran sentir, integrar, para luego decidir. Aquellos que no ignoran lo que sienten, pero tampoco dejan que las emociones les gobiernen la vida.
Si la vida es un conjunto de pequeñas y grandes decisiones, ¿cómo tomar decisiones que nos lleven a la vida que en realidad soñamos? Tal vez la respuesta no está en decidir perfecto, sino simplemente en decidir presente. Preguntarnos antes: ¿Esto que elijo… me acerca o me aleja de quien quiero ser? La respuesta podría estar en recordar que tenemos el poder —siempre lo hemos tenido— de elegir.
Señoras y señores: ser feliz es una decisión!

