Americano. Espresso. Capuchino. Suave. Duro. Romántico. Alternativo.
El sexo, como el café, para cada uno, a su manera. Pero aunque para todos sea distinto, en el fondo, está hecho de lo mismo. El capuchino siempre tendrá café, y el sexo siempre será un intercambio de energía.
¿Eso quiere decir que el sexo es energía, o es amor? ¿O es ambas? Hay amor sin sexo, y sexo sin amor. Claro que pueden coincidir, y es entonces cuando nace la magia. Pero hoy no hablaremos de magia, sino de nuestra fuente vital.
Leí hace poco una cifra que decía que solo el 38 % de las parejas estables están satisfechas con su vida sexual. La humanidad perdió el examen. ¿Qué pasa? ¿Se perdió el deseo? La falta de deseo esconde más de lo que se ve en la superficie.
El sexo es la manera más clara y contundente que tiene nuestro cuerpo de comunicarse. Puede que para la sociedad, durante muchos años, haya sido tabú; que a la mujer se le haya enseñado a cuidar y no a disfrutar. Pero la sociedad no puede moldear algo tan primitivo.
El sexo habla claro y fuerte —de uno y del otro—. Es una de las formas más puras de expresar la verdad.
Todos sabemos cómo nos sentimos por dentro: si hubo o no conexión, si gustó o no. No hay matices. Acá no hay blancos ni negros, y nadie quiere el café tibio.
Cuando el sexo falla, toca ir a buscar respuestas. ¿Hay algo en mi pareja que me esté causando rabia o dolor, y por eso no logro conectar? ¿Hay algo en mí que no me permite sentir placer? ¿Cómo puedo conectar más con mi sexualidad para entender lo que, a través del sexo, mi cuerpo intenta decirme? ¿Dónde estoy enfocando mi energía?
Para responder esto, primero hay que entender por qué el sexo es un reflejo de nuestra energía vital. No hay que hacer yoga tántrico para haber oído hablar de los chakras, que llegaron a Occidente hace algunos años. En el primero (rojo) y segundo (naranja) se concentra y fluye toda esta energía disponible. Energía que se usa para tener sexo, pero también es la del placer, la de la creatividad, la del vínculo, la de las ganas de vivir. Es esa fuerza que tiene una raíz.
No sentir placer es un círculo vicioso. Porque si no expandes, te apagas. La energía sexual no vive solo en la cama: vive en cómo nos movemos, en lo que creamos, en cómo miramos la vida. Cuando esa energía no fluye, todo se contrae: el deseo, la inspiración, la creatividad y las ganas de disfrutar la vida. Por eso, un cuerpo que no goza, no crea. Y una mente que no crea, se muere en vida.
Al final, no se trata de tener más sexo, sino de sentirlo más.
El sexo es un termómetro de tu energía vital.

